miércoles, 12 de enero de 2011

Un poco de humo, gracias




El otro día, salí a tomar algo para disfrutar de la nueva ley aprobada, la famosa Ley antitabaco. Es un auténtico placer para alguien como yo que no fumo, estar en un bar y después salir sin oler a tabaco. Estuve en un par para confirmar que no estaba soñando. Después, cuando salí de ambos me encontré a todos los fumadores fuera, congelados por el frío, pero fumando. Supongo que el tabaco es un paliativo del frío para ellos. Pero, entre ambos grupos, había un hombrecillo muy peculiar.

Esta persona, que se encontraba a la salida de ambos bares, estaba muy consumida y tenía la barba un poco descuidada. Además la ropa que llevaba estaba sucia, como si llevara con ella varios días. En un principio supuse que era un vagabundo que quería limosna pues llevaba un cartel. Pero, en cuanto leí el trozo de cartón escrito que llevaba consigo, descubrí que no era un vagabundo cualquiera, sino uno que no había visto nunca. El cartel ponía:

Échenme un poco de humo de cigarro a la cara, gracias

Me quedé muy sorprendido al leer este cartel y empecé a seguir todos sus movimientos con la mirada. Iba de grupo en grupo de fumadores y todos reaccionaban igual. Tras unas ligeras risas o mirar alrededor por si se trataba de una broma y después observar la cara y las ropas harapientas que llevaba puestas el pobre hombre, accedían a echarle el humo a la cara. Entonces el vagabundo inspiraba el hilillo que salía de la boca de cada fumador y su cara pasaba de la tristeza al placer según inhalaba aquel humo, que lo sumía en una nube de placer. Después, iba a otro grupo y volvía a viajar al cielo gracias al humo que otros detestan.

En cuanto se marchó de la entrada del bar, le seguí y le pregunté porqué pedía que le echaran el humo si lo más normal e higiénico es pedir un cigarro. Entonces me contó su historia:

- Yo no soy fumador, simplemente me gusta respirar el humo. Todos los días me metía en los bares y entablaba conversación con la primera persona que estuviera fumando. Cualquier tema valía con tal de que su bocanada de humo acabara en mí. Mi mujer aceptaba que oliera a tabaco a pesar de que lo detesta. Pero con la nueva ley se acabó el chollo. Fuera de los bares el humo se dispersa rápidamente y apenas puedes inhalar nada. Entonces intenté convencer a mi mujer para que me dejara encender un cigarro delante del ventilador y así crear la ficción de que me lo echaban a la cara. Entonces ella, empezó a decirme que estaba loco y que no iba a permitir que hiciera eso. Tras hacerlo a escondidas un par de veces, en cuanto me pilló, me echó de casa. Ahora vivo en la calle y mi único sustento son los dibujos artísticos que hago en las servilletas de los bares. Pero como no podía vivir sin el único placer que me queda, hice este cartel y todas las tardes me recorro todos los bares de la ciudad a por ese humo que tanto me enloquece.

Le pedí que me enseñara los dibujos que hacía en servilletas y le di 2 euros por una imitación de “El Grito”. Después me agradeció la limosna y se fue.

Es que, por mucho que lo intentemos, nunca estaremos totalmente satisfechos y felices. Alguien siempre sufre.