lunes, 19 de julio de 2010

Mi primera vez...en un festival de música




Hace poco fui a Galicia, concretamente a Ortigueira, a un festival celta. Cuando me lo propusieron, no tardé en confirmar mi asistencia. Nunca había ido a ningún festival de ningún tipo. No había estado en ninguno de estos festivales que abundan en verano. Leía en periódicos noticias sobre el FIB Heineken, el BBK, Sonar, Summercase…, pero nunca había vivido en mis propias carnes la experiencia de alguno. Así que el festival de Ortigueira fue, por decirlo de una manera sencilla, mi primera vez.

Además, el festival gallego era el lugar idóneo, no requería un gran esfuerzo económico. Para ir hasta allí, nos trasladamos en coche, total solo está a unos 187 kilómetros. Después, la zona de acampada, totalmente gratuita y bien acondicionada, se encontraba a unos 10 minutos del pueblo, al cual se podía llegar con un autobús gratuito puesto por la organización.

Nada más llegar, pudimos comprobar que aquel festival era el gran atractivo de aquél pueblo y también su mayor fuente de ingresos. Todos los bares y supermercados se encontraban saturados de clientes, además, no había calle en aquel pequeño pueblo que no tuviera alguna banderilla o cartel relacionado con el festival.

Ya en el camping entramos en contacto con el auténtico espíritu festivalero. Tuve la sensación de retroceder atrás en el tiempo y encontrarme en pleno Woodstock. Las personas, el lugar, el ambiente..., me hicieron sentir en otra época, en otro mundo. Allí no importaba la hora ni el lugar, simplemente estábamos allí. Varias veces, nos preguntábamos qué hora era y nos sorprendíamos cuando nos la decían.

Era como un pequeño mundo. Había tiendas donde vendían comida, collares, te hacían rastas, trenzas… En medio de aquél bosque donde nos encontrábamos, había una pequeña Gran vía, muchos más natural y menos comercial. Prácticamente, mucha gente de la que se encontraba allí, solo iba por aquél ambiente. Cabe destacar que yo solo fui a dos conciertos de todo el festival y seguramente muchos de los que estuvieron allí no fueron a ninguno. Todos estábamos a gusto en aquella pequeña burbuja y era muy difícil escapar de ella. Te atraía con su música, que sonaba las 24 horas del día, con su playa…, simplemente con su existencia.

Aunque solo fui a dos conciertos, tengo que decir que no me desencantaron para nada, es más, me dio pena no haber ido a más. Quedé muy impresionado con las dos bandas que vi. Shooglenifty con su mezcla de rock, psicodelia y un violín que le daba el toque celta y Gaelic Storm que era el típico grupo celta americano que por sus sangres corre la sangre irlandesa y por ello tocan de aquella manera.

Sin darnos cuenta, los 4 días de festival habían acabado y nos marchamos de aquel pueblo. Había estado por primera vez en un festival, en aquel mundo que se crea con la excusa de escuchar a cierto grupo de bandas y que te saca de la monotonía de la vida normal, dándote a conocer un sin fin de nuevas experiencias.

Algún día volveré a aquél País de las Maravillas.

domingo, 18 de julio de 2010

Campeones del mundo




El 11 de julio tuvo lugar un hecho histórico: la selección española de fútbol ganó el mundial de Sudáfrica, es decir, el primer mundial. He tardado una semana en afirmarlo, pues, como dijo el héroe de la final, Andrés Iniesta: “No sabemos la que hemos liado”. Y la verdad que uno todavía no se cree, que por fin, hayamos ganado algo así.

Cuando en el minuto 116 Andrés Iniesta, ese joven tímido de Fuentealbilla, empalmó ese balón introduciéndolo dentro de la portería de Stekelemburg, ninguno de los que estábamos viendo ese partido éramos conscientes de lo que había pasado. Pero nuestro instinto y nuestro cuerpo, sí sabía lo que había pasado. Al unísono, gran parte de las gargantas españolas de todo el mundo gritaron una sola palabra: “¡Gol!”. Además, nos abrazamos, nos empujamos, algunos hasta lloramos inconscientemente de felicidad. Todas las barreras que nos separan normalmente (ideales, color de piel…) se vinieron abajo cuando ese balón entró en la portería holandesa.

Con ese gol, se ponía fin a toda las maldiciones que acompañaron a España a lo largo de la historia en los campeonatos del mundo: fallos arbitrales, goles fantasma, fallos clamorosos, codazos… Por fin el fútbol fue justo y recompensó al que más se lo merecía. Muchas generaciones crecieron y vivieron con la tristeza de ver como otros países ganaban un torneo que hasta ese domingo de julio, no era más que un sueño inalcanzable. Solo así se puede entender la felicidad que se veía reflejada en cada español.

Al final del partido se desató la locura en todos los lugares del mundo. Toda calle se vio llena de banderas e inundada por una marea roja que gritaba “Campeones, Campeones”. Todo el mundo estaba orgulloso de nuestro país. Nos olvidamos de la crisis económica, de partidos políticos, de formas de gobierno… Habíamos alcanzado la cima del mundo, y eso era lo único que importaba.